Bailén


Los recuerdos siempre quedan en el fondo de los pensamientos, tenemos que saber capturarlos, tan solo tenemos que saber pensar y dejar que nuestra imaginación haga el resto. Nuestra mente recoge una cantidad de información infinita y la va guardando, poco a poco, pero os puedo asegurar que aquellos recuerdos no desaparecen, simplemente quedan ocultos detrás de millones de instantes vividos. La infancia nos queda así, oculta en el espacio más lejano, como si de repente perteneciera a otra galaxia y la distancia del tiempo la aleja, suavemente, y se desvanece en el fondo de la nada, en lo desconocido. Cuando un día caminamos por lugares a los que nunca hemos ido, y decimos que parece que hemos estado alguna vez, podemos pensar que hemos vivido otras vidas o que en realidad nos resulta familiar, normalmente pertenece al universo de aquellos recuerdos, que una vez pertenecieron a nosotros y que de vez en cuando aparecen como estrellas fugaces en aquel universo del que hablábamos antes. Hoy, después de muchos años, de muchos viajes, de muchas ciudades, de muchas experiencias vividas, de mucha gente, recuerdo mi primer día de colegio y cómo nos llamaban por nuestros nombres y apellidos, y yo me preguntaba ¿me están llamando a mí? tal vez porque cuando me llamaban mis padres, nunca lo hacían así, simplemente me llamaban por mi nombre.

Mis primeros recuerdos pertenecían a mis primeros días de guardería, una guardería que era muy diferente a las de ahora, donde había un cura retirado y un montón de niños que estaban comenzando a descubrir el mundo, nos ponían en fila india para entrar a la escuela que estaba por la calle arroyo, aquel maestro estaba calvo y tenía una palmeta con la que nos castigaba dándonos en la mano el número de veces que él pensaba conveniente, era como una penitencia, dependía del error cometido, nos separaba por grupos de buenos y malos, debo decir que como yo no entendía nada, a veces le pedía que me pusiera en el grupo de los malos, porque los ponía en un lugar especial donde se subía por unas escaleras de madera y era bastante divertido. A esos momentos de pequeñas reglas, de “jarabe de palo” como nuestro maestro nos decía, pertenecen mis primeros recuerdos, en una España que vivía una transición a la democracia y que se movía con aires de modernidad, en una Europa occidental más avanzada que nosotros.

Cuando llegué a párvulos ya sabía muchas cosas, allí comencé a conocer a mis mejores amigos, con los que conservo una amistad hasta hoy, claro, son pocos, pero debo decir que insuperables e insustituibles, porque con ellos viví muchas experiencias y compartí mis primeros juegos, recuerdo que teníamos una obsesión tremenda por nadar en un pueblo sin mar, aprovechábamos los recreos para comenzar a nadar en nuestra imaginación. El primer golpe de estado, nos hizo vivir nuestro primer minuto de silencio, y vimos la televisión por la mañana ¡que raro!, normalmente comenzaba la emisión de los dos canales por la tarde, naranjito nos hizo vivir nuestro primer mundial, aunque debo decir que eran un poco aburridas las emisiones en blanco y negro de los partidos de fútbol y estábamos pendientes solamente de su aparición que era en color.

Los olores de invierno eran de aceite de oliva, con la cosecha de todos los años, las candelarias que quemaban ramón y que hacían las noches diferentes, la navidad, los reyes y la nieve que nos llegaba de vez en cuando, pero era muy extraño que nevara, nos hacía vivir en otra ciudad, por unos instantes. La primavera nos traía la semana santa, nos vestíamos de penitentes y nos apuntábamos a la cofradía que salía todo el tiempo para estar todo el día disfrazados, Mayo era uno de los meses más agradables y había tantos colores que solamente queríamos salir al campo y traer a nuestra madre algún regalo. Los veranos, eran las vacaciones, el sonido de los grillos, nuestros vecinos tomando el fresco y millones de aventuras que ocurrían cada día y al fin, la piscina y por supuesto el mar, los viajes en barco con mis primos y bucear por aquellos instantes de silencio, sin respirar durante muchos segundos. Y los otoños, era el comienzo del colegio, las tormentas que nos anunciaban que el verano había acabado, el olor a libros nuevos y a forro de plástico, a la imprenta y a los millones de colores que surgían con la caída de la hoja, la fiesta de todos los santos, los misterios y el frío.


Ahora estoy sobrevolando Rio, llego a Brasilia en una hora y media, casi casi le he puesto punto final a este texto que tantas ganas tenía de escribir, dedicado a aquel espacio que me ha visto nacer y por supuesto a mis amigos, ellos saben los que son, y a mi familia.

Comentarios

Rosalia ha dicho que…
Tienes mucha suerte, por tener esos recuerdos, por haber tenido esa niñez y esos padres.

FELICIDADES.

*Tuviste unos grandes cimientos para hacerte una gran persona.
Juliana Werneck ha dicho que…
Que bello!! Me emocioné!
Recuerdos contribuyen para hacernos como somos (o pensamos que somos).
Algunos son buenos, otros preferíamos ovidarlos.
Rosas o azules no nos compete elegirlos. Fijan sus moradas en nuestros corazones.
Besos, Juliana.

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